Un amontonamiento de zapatillas minúsculas espera, a la sombra, que sus inquietos dueños terminen de gastar energías en el inflable. Después de un buen desayuno con tortillas con dulce de leche y mate cocido en el cuerpo no les quedó ni una pizca de somnolencia. Se divierten, se ríen, se empujan y se caen, entonces, las maestras sacuden sus guardapolvos y ellos siguen como si nada hubiese pasado.
Hoy se celebra el Día de los Jardines de Infantes en el país, pero los festejos se extienden toda la semana. Según las posibilidades de cada establecimiento, las actividades se modificaron para darle más espacio al juego. Y eso es lo que ellos necesitan: jugar.
"Los chicos ahora vienen más inquietos, más despiertos y te preguntan más. El despertar es distinto", comentan Rossana Díaz y Paola Meneghello, maestras de sala de cinco años del jardín municipal Querubines.
Llegan al jardín con altas dosis de televisión o videojuegos. A los tres años, probablemente, ya saben prender una computadora, les gusta un personaje de los dibujos animados y hasta conocen la marca de un jabón que combate los gérmenes. Tanto es así que las maestras reconocen que la antigua bolsita donde traían una taza y una servilleta, ahora se convirtió en una guerra de mochilas con inmensos personajes de moda.
Esta información "extra" obliga a los jardines a incluir más lo audiovisual o quizás hasta incorporar un computadora. "Mirá lo que tengo", dice Viviana Nelegatti, maestra de la salita de tres años, mientras saca un teléfono inteligente de su bolsillo del delantal. "Yo bajo videos educativos y se los muestro. Hay uno del cuerpo humano que les encanta y es interactivo. Yo les acerco la pantallita para que ellos puedan tocarlo", comenta. Con el dedo muestra cómo un secador le vuela los pelos a una chica o cómo tocando el shampoo se le llena de espuma la cabeza.
La tecnología no es ajena a los niños. Crecen con ella y en muchas casas -coinciden la maestras- los chicos pasan horas y horas frente a la tele o la compu. A veces, hasta comen mirando los Backyardigans o se duermen con las aventuras de Jorge el Curioso.
Al rescate
Esta realidad obliga a los jardines a convertirse en el refugio de los juegos tradicionales. Esas actividades inoxidables que les enseñan a compartir y a explorar sus habilidades corporales. Armar un rompecabezas, escuchar un cuento, amasar la plastilina o jugar a la rayuela, quizás no lo repliquen en sus casas.
El despertar que viven con la tele prendida también les cambia la conducta. "La televisión los acelera y los deja con mucha información. Están más ansiosos. Aquí en el jardín tratamos de mantener las tradiciones de lo didáctico y de narrar un cuento", agregan Rossana y Paola, mientras cuelgan de un cartel unos muñecos que los chicos, junto con sus papás, armaron con tapitas de gaseosas.
El encuentro
Ese es otro tema. El jardín también es una vía de reencuentro. "Ahora se involucra a los padres porque vimos la necesidad de que participen de la vida de sus hijos", comenta Graciela Sequeira, directora de nivel inicial del Kinder. "Tienen que darse un tiempo para jugar con ellos. A veces están apurados con otras cosas y eso, después, los chicos lo manifiestan en la conducta", explica.
Algunos implementan "la masa viajera" (una plastilina grande para que amasen en familia y le den forma) o "El cuaderno viajero" (para que los padres y los chicos cuenten con quiénes viven en casa y qué les gusta hacer).
Otros cambios se ven en la dinámica de las clases. Por ejemplo, la tradicional clase de música se convirtió en expresión corporal, donde los chicos combinan movimientos con telas (u otros elementos) mientras escuchan Freddy Mercury o música clásica y no sólo las canciones infantiles. Una forma de educarles el oído.
Según Sequeira nada reemplaza al juego. Ni siquiera en la sala de cinco años los chicos tienen que cambiar este hábito por una clase de inglés o computación. "Ya van a tener tiempo para aprender eso", comenta.
Aprender una segunda lengua requiere que manejen bien la materna y cuando son chicos muchas veces no es así. La falta de diálogo -detalla- genera que muchos arrastren problemas de foniatría. "Hay que darse espacio para el diálogo y preguntarle al niño: '¿qué hiciste hoy? ¿A qué jugaste?' Antes de: '¿Cómo te portaste en el jardín?'", indica la docente.
Un oído Belén Pérez, maestra de sala de cinco años de Querubines, cuenta que en estos últimos años los niños llegan al jardín con ganas de hablar. "Levantan la mano y les gusta contar lo que les pasa en casa y que los escuchen", comenta.
Reclaman ese oído que no encuentran. "A veces lo padres se sorprenden por las cosas que sabemos y es porque ellos necesitan contarlas", añade Graciela Sequeira. Es por eso que el jardín de Infantes es ese sitio que cumple las veces de hogar, de contención y sus maestras, de segundas mamás. "Somos como las gallinas y ellos, nuestros pollitos", dicen Paola y Rossana.
Es un lugar que además de juegos debe lidiar con las realidades de cada niño, con la tecnología, con las inquietudes que les genera la televisión, con los problemas de conductas y con las figuras, a veces, desdibujadas de los padres. La infancia sigue siendo la misma y hay etapas que no se pueden saltear. Que la tele nunca le gane a la plastilina y que la compu jamás reemplace un buen cuento son algunos desafíos de los jardines.